El Cazador de Hojas

Era realmente hermoso: su porte, su pelaje, sus grandes ojos, sus orejas puntiagudas, una criatura bella. Así lo describían los demás animales del bosque que a diario lo veían en una labor que para ellos era bastante extraña: cazaba hojas. 

Cuentan que este ser majestuoso llegó al bosque desde tierras lejanas un soleado día de primavera. Los primeros en darse cuenta de su presencia corrieron la voz y pronto la curiosidad se fue apoderando de todos. Aquella enigmática y solitaria criatura se instaló en un claro cerca del arroyo. Nadie se atrevía a acercársele, algunos por miedo, otros por indiferencia y quizá unos cuántos por envidia parecía ser muy seguro de sí mismo.

Una vez instalado y sin ninguna pérdida de tiempo, nuestro amigo dio inicio a su misión. Contaba para ello con toda suerte de artefactos y herramientas con la última tecnología disponible en el reino. Su padre, un anciano terco pero bondadoso, le había confiado el mayor y más desafiante encargo: encontrar las hojas de la sabiduría, que según la leyenda se hallaban en las copas de unos árboles muy particulares llamados Alelies y que sólo habitaban en las profundidades del bosque, lugar al que sólo llegaban los más valientes. 

Siendo un gato bien educado y fuerte, que además contaba con un excelente olfato y un maravilloso instinto, no le fue difícil llegar a la zona dónde se encontraban los Alelies. Se sorprendió al ver aquellos gigantes, impasibles al paso del tiempo que expelían un delicioso aroma a sabiduría. Hizo cálculos, tomó medidas, exploró el lugar y consideró que sería muy sencilla la tarea de llevarse consigo las preciadas hojas, que de acuerdo a lo que relatan los textos antiguos, daban a quien las tuviera las respuestas a todas sus preguntas y un conocimiento profundo sobre la vida. 

A la mañana siguiente, el gato alisto sus herramientas; con el alba llegó al lugar previamente marcado. En efecto y como lo había imaginado, la tarea de recolección fue muy sencilla. Tomo cerca de una docena de hojas y las depósito con mucho cuidado en unas cajas especialmente confeccionadas para la ocasión por el mejor artesano de la zona. Terminada su tarea recogió sus implementos y partió. Por el camino de regreso reflexionaba sobre lo sencillo que había sido tener consigo las hojas, lo que le causo algo de extrañeza ¿porqué si estas hojas son tan valiosas, nadie se había atrevido hasta ahora a tomarlas, o si? Dubitativo llegó hasta el pie del arroyo para recoger el resto del equipaje y regresar a casa. Teniendo todo listo, quiso cerciorarse que las hojas seguían en su lugar. Al abrir las cajas, se dio cuenta que éstas se habían marchitado, hasta tal punto que cuando quiso tocarlas se hicieron polvo. 

  • Que extraño! – pensó – Hace solo un par de horas que las tomé; estas cajas proveen oxígeno y calor.

Convencido que todo había sido una casualidad, decidió pasar una noche más e ir al día siguiente otras hojas, total había sido una tarea muy sencilla.

Los días y sus noches pasaban y nuestro amigo repetía sin cesar la misma tarea, pero todas las hojas morían. 

  • No puedo fallar! – se decía a sí mismo – Prometí a mi padre y a mi reino entregar toda la sabiduría que estas hojas tienen.

Los animales se acostumbraron a su presencia, a su rutina, a su mutismo y a su soledad. Algunos lo tomaban por loco. “El cazador de hojas” empezaron a llamarlo y fue objeto de burla de muchos.

Un búho que desde hacía mucho tiempo lo observaba atentamente, decidió una mañana interponerse en su camino y le preguntó con curiosidad:

  • ¿Qué haces gran cazador?

El gato se sorprendió al ver otro animal le dirigía la palabra llamándolo además cazador y con cierto cansancio le respondió:

  • Buscando la sabiduría eterna.
  • ¿En dónde? – replico el búho
  • En las hojas de los Alelíes – respondió el búho.

El búho que lo miraba fijamente, le dijo con compasión:

  • Nunca la vas a encontrar amigo mío.

El gato enfurecido y frustrado, replicó con un ¿por qué? que sonó más fuerte de lo que pensó. El búho en su infinita tranquilidad le respondió:

  • Porque buscas en el lugar equivocado.
  • Eso es imposible! – se apresuró a responder el gato – estudie los textos antiguos, hice cálculos, exploré la zona, es aquí, estos son los Alelies. 
  • En efecto son los Alelies – dijo el búho – y estas son las llamadas hojas de la sabiduría, pero sólo están vivas si hacen parte de su árbol. Si las arrancas, mueren de inmediato. 
  • ¿Cómo haré entonces para obtener la sabiduría si no puedo llevar las hojas conmigo? – pregunto el gato algo nervioso.
  • Sólo tienes que observar y descubrirás que la sabiduría que buscas está más cerca de lo que crees – dijo el búho y despidiéndose amablemente se fue hacia el norte.

Esa noche la luna estaba esplendorosa. A los lejos se escuchaban los lobos aullar, mientras los murciélagos revoloteaban. Las estrellas parecían hermosas luciérnagas destellando su luz. El gato las miraba confundido y frustrado.

  • Seguiré el consejo del búho – se dijo a si mismo – Iré a observar, total, no podré llegar dónde mi padre con las manos vacías. 

Y así lo hizo. A la mañana siguiente, muy temprano llegó al lugar. Acomodó su estera y se sentó a observar. Sólo veía árboles y hojas, pero algo en su interior le hacía pensar que ese era el camino. Las primeras jornadas eran agotadoras; la quietud no era a mayor virtud de nuestro amigo, pero poco a poco se fue acostumbrando a ella. 

Con el pasar de los días se volvió más compasivo y calmado, se dio cuenta que en ese lugar no sólo había árboles, también mariposas y de todos los colores, que el viento producía hermosos sonidos, que el calor del sol le calentaba por debajo de su pelo y que él se acompasaba con aquellas hojas que bailaban al son del canto de los animales.

Pronto entendió por qué estas hojas no podían estar sin su árbol y que él al hacer parte de un todo no tenía que buscar la sabiduría afuera. Que al igual que las hojas, la sabiduría habitaba en él y en su árbol. 

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